Migración en manos de la trata
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La vida trágica de la muñeca más cara de la vitrina

Sus ojos verdes eran unos de los principales atractivos. El 23 de febrero de 2018, el último día que vieron con vida a la escort venezolana Kenni Finnol, se los sacaron. Le desfiguraron el rostro con un ácido que le echaron en la cara, le pusieron una bolsa plástica y se la amarraron al cuello para que se asfixiara, tenía signos de tortura como golpes y quemadas. La violaron. Ese día tenía puestos unos calcetines negros y unas botas moradas sin tacón. El mismo hombre que presuntamente la mató esa madrugada en México, meses antes le había cortado un dedo del pie para que ya no pudiera usar zapatos altos.

Por Sheyla Urdaneta

Kenni Finnol, scort venezolana anunciada en Zona Divas asesinada en México en Febrero de 2018.

De Kenni Mireya Finol se dijo que el hombre que la acosaba, la amenazaba y que en diciembre de 2017 le dijo: “las maté a todas, ahora sigues tú”, se iba a olvidar de ella. Por el contrario, presuntamente él cumplió su promesa: la mató.

Kenni Mireya Finol nació y creció en el sector 1°de Mayo, uno de los barrios más pobres de Maracaibo (Venezuela), en el estado Zulia y frontera con Colombia. En sus calles, de al menos 60 años que tiene de fundado el barrio, falta el asfalto, falta el dinero y abunda el hambre.

Hay zonas urbanizadas y zonas en las que hay que caminar por tierra, sobre piedras mal puestas. Hay recovecos en los que sólo pueden entrar los del lugar, porque hay peligro, incluso en la misma calle donde está el módulo policial.

Allí creció Kenni, y es allí donde nadie quiere hablar de ella en voz alta. Temen contar que se rodeó de gente que le hizo mal, que estaba metida en drogas, en tráfico de armas, que se relacionaba con malandros. Que a los 18 años entraba y salía de la cárcel de la ciudad como si fuera su casa, de ahí, desde donde se programaban secuestros, tráfico de estupefacientes y extorsiones.

Kenni era la menor de cuatro hermanos con los que no compartía ni el papá ni el apellido. Mireya, su madre, la crió sola. No hubo figura paterna, no hubo control ante decisiones que tomó muy temprano, como la de hacerse amiga de una chica que vivía en la cárcel sin estar presa y que era la pareja de un pran. En aquel entonces, Kenni tenía 13 años.

“Nada se tomaba en serio, lo de ella eran las fiestas, la rumba, beber, fumar, bailar. No le temía a nada”, dicen vecinos del 1 de Mayo. Algunos dicen que ni siquiera le temió a la amenaza de Brayan Mauricio González, alias El Pozoles, el hombre que presuntamente la mató y acaba de ser detenido este febrero, un año después del suceso. El juicio en su contra, quizás determine su culpabilidad en México, el cuarto país con mayor impunidad del mundo según el Índice Global de Impunidad de la UDLAP. Quizás no.

A Kenni le gustaban “las relaciones tormentosas” cuentan sus amigas en las redes y otras que no quisieron dar sus nombres. Lo cierto es que sus amores siempre estuvieron cerca de la ilegalidad. El 24 de diciembre de 2010, un grupo de hombres se la llevó de una disco en Maracaibo hasta la cárcel de Sabaneta y la entregaron como regalo de Navidad al pran del penal.

Su mejor amiga, Makarena, le había advertido: Astolfo de Jesús Balzán la quería conocer. Y Kenni aceptó. Contó en sus redes que se enamoró de este hombre al que conoció cuando ella tenía 18 años y él 22.

Desde ese día, Kenni entraba y salía del lugar cada vez que el hombre quería. Era miembro del Tren del Norte, una organización delictiva dedicada a la extorsión, secuestro y sicariato. Balzán, cuando le provocaba, salía a buscar a Kenni donde estuviera. Para ella era su Toto.

El hombre tenía en su historial asesinatos a funcionarios policiales, robo, ocultamiento de armas y extorsiones. Mientras, Kenni, como otras chicas de su edad, quería vestirse con ropa de marca, con zapatos caros, vivir del reventón y de la fiesta. Para ella ser linda no era suficiente.

La muchacha en ese tiempo fumaba marihuana en su barrio con sus amigos y era parte de un grupo de mujeres que vivían al límite y en rumba. Pero Kenni quería ir más allá: viajar, tener ropa y carteras de marca, estatus para brillar y que la envidiaran. Tener todo lo que no podía en medio de su pobreza. Su mejor amigo de la adolescencia cuenta que estaba “dispuesta a lo que fuera por conseguirlo”. En su casa no había para comer bien, tampoco para comprarle lo que estaba de moda.

Toto resultó ser su primer beneficiario. El hombre trataba de controlarla desde la cárcel, pero ella no era su única mujer. Así que ella decidió que era el momento de volar.

Escribió en una de sus dos cuentas de Instagram: "Vengo de abajo y voy pa' arriba". En Facebook tenía tres perfiles, como si quisiera reinventarse con cada cuenta nueva. Pero en todas hay un elemento en común: ella habla de envidias, de personas que le quieren hacer daño, de lucha… un estado defensivo perpetuo.

En 2014, en un enfrentamiento con funcionarios, mataron a Balzán. A él lo acusaron de haber matado a policías. Kenni estaba fuera del país cuando ocurrió el hecho y no pudo llegar al funeral. Regresó después del entierro del que decía había sido el amor de su vida.

Cuando por fin llegó, pagó para que hicieran una letra A con flores rojas, y se fue al cementerio con un teléfono en el que puso vallenatos como homenaje a quien fue su pareja. Después se tatuó el hombro derecho con el apellido de su Toto.

“Las mujeres de los pran se rayan con el nombre de su hombre. Somos de ellos, de su propiedad”, explicó una amiga de Kenni.

La “Remolacha”

La casa donde vivía Kenni Mireya es una vivienda humilde. Con un patio de arena y paredes a medio pintar. En su barrio hay pobreza. No de ahora, cuando la crisis en Venezuela golpea estómagos y bolsillos, sino desde los años en los que ella era niña y adolescente.

La cuarta hija de Mireya Finol, la única rubia con ojos claros, era tan blanca que casi siempre se ponía roja por el calor de entre 38 y 40 grados que hay en su ciudad natal. Sus amigos del barrio y del liceo la llamaban Remolacha. En esos mismos días en los que se reunían en el patio de arena de su casa a tomar cerveza. En esos días en los que se vestía sin escotes, sin mostrar demasiado y con poco maquillaje.

Entonces no iba a fiestas o rumbas en locales nocturnos y no usaba zapatos de marca. No le gustaba estudiar. Tenía un léxico pobre y todas sus conversaciones con amigas en persona o en las redes terminaban con las frases: “¿Estáis clara? Yo estoy clara”.

Su amiga inseparable era Daniela Makarena Leal Urdaneta. Con ella fue por primera vez a una discoteca, con ella fumó por primera vez marihuana, por ella unos hombres la llevaron a la cárcel de Sabaneta para convertirla en la mujer de un pran –ella les dio el pitazo– y fue quien la obligó a que tomarse fotos con armas por primera vez. Ese día contó en sus redes que sí tuvo miedo.

A Maka, como llamaban a su amiga, la asesinaron en julio de 2015. “Le vaciaron una pistola”, dijo un testigo. En el rostro tenía al menos ocho impactos de bala. La prensa atribuyó el crimen a los celos. Contaron que Makarena tenía una relación con un pran de la cárcel de Sabaneta al que apodaban Kike y la mujer del delincuente la mandó a matar con dos sicarios.

Esta fue la segunda muerte trágica que entre 2014 y 2015 rodeó a Kenni Finol y que le lanzaban un cable a tierra a lo que era su vida en Venezuela y lo que había dejado en Maracaibo.

La historia de Maka también fue truculenta. Su madre la había botado de la casa, así que esta vivía en la cárcel, con su pran. Pero el Ministerio de Asuntos Penitenciarios de Venezuela puso orden en septiembre de 2013 y desalojaron a los que no eran reclusos. Maka alquiló entonces una habitación en el sector donde la mataron. El asesinato de Maka fue uno de los sucesos más sonados en Maracaibo en aquel entonces. Kenni nunca dejó de hablar de ella o de recordarla.

Cuando ocurrió la tragedia Kenni no estaba en Maracaibo, no estaba en Venezuela. Para ese momento ya la conocían en México como “La Muñeca más cara de la vitrina”.

Desde el barrio y para el mundo

Le gustaba mostrarse. Sus redes sociales eran la vía que usaba para demostrar que había burlado la pobreza. De la Remolacha quedaba poco. Sólo unas fotos en las que la ropa no le combinaba, en la que tenía el cabello pintado de negro, y en los días en los que tenía natural hasta las uñas: no tenía curvas exuberantes y mostraba un poco de grasa abdominal.

Pero una vez que selló por primera vez su pasaporte para salir del país y viajar a México se pintó el cabello de rojo, como el de la mujer que un día conoció en la discoteca de moda en Maracaibo y le propuso viajar y usar su cuerpo para pagarse lo que ella quisiera.

Así aceptó cambiar sus servicios sexuales por cirugías estéticas: busto grande y redondo, glúteos levantados y llenos, abdomen perfecto y marcado. Era para Kenni, la muchacha del barrio, un sinónimo de éxito. En Venezuela, las cirugías estéticas son tan comunes que incluso hay jóvenes que piden a sus padres poner silicona en sus senos como regalo de 15 años o de graduación.

Después vino Madrid, Panamá y Colombia. Llegaron los perfumes caros y la ropa interior de marcas internacionales. Y así también llegó a su vida cotidiana la droga de alta pureza. Iba y venía de Venezuela. Su base de operaciones era México. Podía enviar dinero a su mamá.

Kenni pensaba en su mamá, a la que quería comprarle una casa nueva fuera de su barrio. Le gustaba que celebrara en grande sus cumpleaños. En entrevistas que ha dado Mireya Finol, cuenta que Kenni era buena hija, que la ayudaba, que estaba pendiente de enviarle dinero.

Sus amigas, en las redes, decían que quería ser como Paris Hilton. Fue cuando se tiñó el cabello de amarillo muy claro y todo lo contaba en sus cuentas de Instagram. Tenía dos: Una pública y una privada. En ambas mostraba casi lo mismo… con algunas excepciones. Por ejemplo, sólo en la privada colgó un video en el que se metía por la vagina una pipa para consumir y fumar cocaína.

En su red abierta subió 4 mil 440 publicaciones y tenía 33 mil 500 seguidores. En algún post se llamaba a sí misma "puta"; en las fotos que publicó de su madre, la mujer jamás sonrió.

Una foto emblemática: Kenni, su mejor amigo, la mamá y el último novio de ella en Maracaibo, Mauricio Gudiño, fumando un pito de marihuana. La cara de la mamá de Kenni es inexpresiva. Las amigas de la chica cuentan que su madre lloraba casi a diario por la situación de su hija menor.

Por esa época –2016– quedó embarazada de Mauricio, pero perdió el bebé. Después de ese episodio volvió a México. Luego se tatuó una M y una J con unas alas de ángel y una aureola: Un homenaje a su bebé muerto.

Desde entonces, los posts de Kenni se escindieron: en cada tres o cuatro se mostraba sin escrúpulos drogándose o preparando cigarros de marihuana, o mezclando cocaína o pastillas de éxtasis con licor. Luego escribía y publicaba imágenes de Dios, oraciones de protección...

La mayoría de las fotos de sus redes son selfies. Kenni, con un marcado acento de barrio en español y un inglés improvisado, las llamaba "silfis". Después de la silicona en los senos y el abdomen marcado, las fotos aumentaron para mostrar sus atributos. Mostraba sus senos grandes, su cuerpo entero y sus ojos claros. Presumía de sus carteras de marca, de su ropa, de su colección de gorras con brillos y remaches y de sus lentes de diseñador. Los primeros que se compró costaron 775 dólares.

En México, en junio de 2014, se hizo su tercer tatuaje. Ya tenía el apellido del pran de la cárcel en el hombro derecho y una pluma en el antebrazo. Luego vino el otro: una frase que iba desde el codo hasta el hombro en el que se leía: "La voluntad de Dios nunca me llevará donde su gracia no pueda protegerme". Era la frase favorita de Toto, del mismo con el que probó el peligro de entrar y salir de una cárcel, de presenciar atracos. El mismo que la hacía correr junto con sus amigas cuando se pasaba de dosis y las amenazaba con armas, como la misma Kenni contó en las redes sociales.

Volvía a mostrarse en el barrio, con sus fotos familiares o de amigos. En esos momentos como de nostalgia escribía que se había hecho fuerte a la fuerza. Que en su barrio era "requetefeliz" y entonces escribía una vez más la oración al Santo Juez en el que pedía protección.

Quizás Kenni lo hacía como una manera de tratar de defenderse de lo que había elegido como vida.

En una oportunidad la contrataron para estar con peloteros de las grandes ligas de Estados Unidos. El cliente pidió discreción, pero ella todo lo contaba, todo lo mostraba. Era su manera de demostrar que había burlado la pobreza y había salido del barrio.

Publicó una foto en un campo de entrenamiento con una camiseta de Clayton Kershaw, el mejor pitcher del equipo de Los Dodgers de Los Ángeles, uno de los principales responsables de que el equipo angelino llegara a la Serie Mundial junto a los Medias Rojas de Boston.

Para ese momento, ya eran muchas las millas que había recorrido. Había perdido el pudor. Escribió en un post: "Tengo cara de inocente, pero con una terrible mente pervertida".

Cuentan que la última amiga con la que compartía casa la botó porque se drogaba mucho. La adicción la hacía perder relaciones cercanas. Después de su muerte, la mayoría de Las Barbies, como le decían a su grupo amigas, las que se la llevaron de Maracaibo para convertirse en la escort más apetecida de México, cerraron sus cuentas en las redes sociales. Lo mismo hicieron las de su infancia y adolescencia, las de las rumbas en Maracaibo, cuando Kenni no tenía tantos atributos, pero era famosa en sus calles. Cuando decía:

– Por plata abro todos los candados. Tan claros, ¿no?

México: más daños que años

En 2015 decidió radicarse en México como su plaza de trabajo. Hizo contacto con los representantes de la página ZonaDivas.com y comenzó a ofrecer sus servicios como dama de compañía o escort.

Vivía en un depa con una vista privilegiada en Ciudad de México. Decía que sólo le hacía falta una burra, es decir, una pistola. Por noche podía cobrar entre 2.000 y 3.000 dólares por servicio. Publicó fotografías con los regalos que le daban sus clientes: El dinero en efectivo, Ipads, teléfonos celulares y joyas. Una cadena de 24 kilates que le regaló alguna vez Toto Balzán, el pran de Venezuela, la atesoró hasta el final.

En noviembre de 2015, se convirtió en la figura principal de Zona Divas, las fotografías de su rostro adornaban el home de la página. Kenni era La Muñeca más cara de la vitrina. En el país azteca se movió por Cancún, Puebla, Culiacán, el Golfo de México, Hermosillo, Ciudad Juárez, Chihuahua, Guadalajara y Monterrey.

Pero un día la historia que Kenni contaba en sus redes sociales tenía visos de temor. Escribía sobre el peligro, pedía a Dios protección. Fue entonces cuando sus compañeras cuentan que había llegado su verdugo, un hombre que la había contactado de nombre Brayan Mauricio González, alias El Pozoles.

No queda claro desde cuando salían. Sólo que para abril de 2017, Kenni anunciaba que tenía pareja. Desde antes le dedicaba canciones y posts amorosos, de manera muy velada: lo etiquetaba con una discreta #B. Pero estos los alternaba con imágenes de chicas que abrazaban a lobos peligrosos. Estados donde narraba su euforia, seguidos de “me siento devastada”. No queda claro cuándo iniciaron las golpizas, las amigas refieren octubre, pero desde julio, Kenni subió una fotografía de su brazo herido–un brazo con una pulsera de protección de San Judas Tadeo, el santo de los policías y los ladrones–. El hombre la llevó a conocer a su familia y cuentan que vivía con ella. En Venezuela, la madre y el hermano de ella sabían de la existencia de El Pozoles, y de que la maltrataba.

La amenazó con golpearla y lo hizo. La violó, la torturó, la amenazó con matarla y, a falta del resultado del juicio, parece claro que también lo hizo. Cuatro meses antes del asesinato la contrató a ella y a sus amigas usando un nombre falso. “Ese hombre me dio mantequilla para un servicio”, contó Kenni. Ese día la golpeó tan fuerte que le dejó la cara hinchada, morada, con bolsas de golpes debajo de los ojos. Le fracturó y le dio machetazos en uno de los brazos y en la cabeza. También le cortó el cabello.

Grabó un video para su agresor y otro para una amiga. Despeinada y con el cabello lleno de sangre a él le dijo en la cámara de su celular que por la herida de la cabeza tenían que tomarle 10 puntos. Le prometió que regresaría a Venezuela y se dio de baja en las páginas donde ofrecía sus servicios. Pero no cumplió, se quedó en Ciudad de México.

En el video que le envía a su amiga le dice sobre esa noche: "Casi me mata, me agarró a machetazos". Mostró el hueco que le hizo en la garganta con la pistola. "A lo último como que le entró Dios y me dejó irme, pero casi me mata".

Se escondió por cuatro meses y se alejó de las redes y de sus fotos diarias en las que contaba todo lo que hacía. Llegó febrero de 2018 y con eso dos versiones de su muerte. La primera: Que unos clientes la invitaron a un festival de música electrónica. Era viernes 23 de febrero. El día antes había hablado con su mamá y su familia y les dijo que regresaría a Venezuela. La segunda: que iba con una persona conocida, quizás con el mismo Pozoles. A Venezuela volvió meses después, pero muerta. El cuerpo de Kenni lo encontraron en un lugar que es el epicentro del feminicidio en la zona del Valle de México, no iba vestida para salir con un cliente. Ese día no llevaba ropa con brillos, ni escote.

Su antepenúltimo post en instagram dice: "No permitas que mi muerte sea violenta". Y esta frase retumba como una contradicción. En Facebook le preguntaron alguna vez: ¿Qué diría la gente cuando mueras? y ella respondió: "Que soy un ángel".

Información:
Investigación Especial El Pitazo